Conectividad
Ambiental: Las Áreas Protegidas en el Contexto Mediterráneo
UICN-Centro de Cooperación del Mediterráneo. Consejería
de Medio Ambiente de Andalucía
Málaga, 26-28 Septiembre, 2002
Tramas
espaciales del paisaje
Conceptos, aplicabilidad y temas urgentes para la planificación
ambiental en el territorio mediterráneo
F.
Díaz Pineda
Departamento
interuniversitario de Ecología. Universidad Complutense,
28040-Madrid
INTRODUCCIÓN
Puede asumirse que el territorio
se asemeja más a un tejido vivo que a un paño inerte.
La conservación de la naturaleza y la gestión ambiental
de cualquier región debería basarse en la protección
de las conexiones que mantienen la funcionalidad de ese tejido.
Esta idea, en la que se ha insistido antes (Bernáldez 1981,
Díaz Pineda 1997, Díaz Pineda & Guillén
1999, Díaz Pineda et al. 2002), se trata en la presente
ponencia comentando las posibilidades actuales de aplicarla y,
al mismo tiempo, la urgencia de hacerlo. Los símiles del
tejido y del paño tienen en común la idea de trama
-es decir, una disposición estructural que liga entre sí
a sus componentes, o facilita que la ligazón ocurra, y
da cohesión al conjunto- pero con diferente significado
y consecuencias en el primero que en el segundo.
Se carece de una adecuada
formalización de lo que resultaría de mayor interés
para la conservación. Habitualmente las prioridades se
fundamentan en urgencias, lo que no carece de lógica. En
cuanto a la gestión ambiental del territorio, no están
claros los criterios a considerar para evaluar cuantitativamente
y de manera pragmática las conexiones espaciales claves
para llevarla a cabo de forma óptima. Reconociéndose
las motivaciones y la convicción ética con que se
tratan de llevar los conceptos de la ciencia ecológica
al plano de la conservación y gestión del territorio,
debe admitirse que esas incertidumbres dificultan la aplicación
de la ciencia en este plano.
En algunos foros científicos
se ha considerado que probablemente la manera fría y objetiva
de conservar mejor la naturaleza sea delimitar porciones del espacio
donde no se lleven a cabo actividades humanas. Así consta,
por ejemplo, en las conclusiones del I Simposio sobre Diversidad
Biológica celebrado en España (Pineda 1991, Pineda
et al. 1991). Con esta idea y variaciones en torno a ella se crean
continuamente 'espacios naturales protegidos'. En éstos
se ensayan y se aplican más fácilmente determinadas
normativas para preservar componentes generalmente tangibles de
la naturaleza. Estos componentes son reconocidos como de alto
valor de acuerdo con ciertos criterios y puntos de vista. Puede
decirse que los espacios protegidos son instrumentos marcos de
la idea genérica de conservación de la naturaleza
y que las normativas son las herramientas de las que es necesario
proveerse para llevarla a cabo.
El concepto de conservación
evoluciona, probablemente por la insatisfacción que producen
sus definiciones y asunciones, sobre todo en la comunidad científica.
La idea de ecosistema, con aciertos y con acepciones de notable
dogmatismo, va incorporándose progresivamente a la de conservación,
hasta el punto de afirmarse que no hay protección de especies
ni de lugares, sino conservación de procesos de interacción,
es decir, ecosistemas. Quizá la conservación deba
basarse en tres objetivos: preservar porciones discretas del espacio
(espacios protegidos), proteger especies y razas biológicas
donde quiera que se encuentren y mantener fenómenos físicos
considerados claves. El primer objetivo parece el más fácil
de alcanzar, el último es el más difícil
y además es muy importante que la componente cultural esté
presente en estas tres metas.
No obstante, ninguno de estos fines tiene una formalización
científica convincente. En los espacios se desea mantener
paisajes y componentes físicos o biológicos 'valiosos',
incorporando criterios tales como singularidad, rareza, utilidad
y, sobre todo, razones éticas. Consideraciones semejantes
se hacen para conservar las especies y algunas de ellas se reúnen
en 'listas rojas', con la certeza de que están amenazadas
o en peligro de extinción. En cuanto a los fenómenos
físicos, serían determinantes aquéllos en
los que se apoyan procesos ecológicos vectoriales -de relevancia
espacial, como flujos de energía y movimientos de agua
y materiales con cadencia 'natural', migraciones biológicas,
etc.- que dan cohesión al espacio, exigen una ordenación
de los usos del territorio y facilitan la complementariedad de
la protección de espacios con la gestión ambiental
de regiones y comarcas más amplias.
TEJIDO TERRITORIAL
Ciertos fenómenos físicos, como
el ciclo hidrológico, el transporte laderas abajo de materiales,
la percolación y recarga de acuíferos, la evaporación
en humedales, la alteración fisicoquímica de la
roca, la insolación del sustrato, el calentamiento del
aire, el transporte eólico de materiales y las dinámicas
del aire, mares y lagos, pueden ocurrir sin la participación
de la vida. No obstante, conectan unas porciones del espacio con
otras, constituyendo una trama.
La biosfera es el componente orgánico que
tapiza esta trama. Se apoya en esos fenómenos como el envoltorio
de los cables de una máquina eléctrica, pero aportando
propiedades esenciales al conjunto. La vida se basa en la desviación
de una ínfima parte de la energía de aquellos fenómenos
para formar biomasa. El crecimiento de ésta y su diversificación
genética, morfológica y espacial actúan en
la trama anterior modificando la velocidad de los flujos. La modificación
afecta así a la circulación del agua y transporte
de materiales, para los que la vida puede usar las mismas vías
de los procesos físicos -por ejemplo, la escorrentía
de las laderas está relacionada con la humectación
de la materia orgánica del suelo- o provocar vías
nuevas -los aportes de oxígeno desde el agua al aire se
deben a la fotosíntesis-. El suelo formado sobre el substrato
rocoso constituye una acumulación de materia orgánica
cuyo resultado es la desaceleración del flujo de agua y
materiales en las laderas y el mantenimiento de un caudal más
uniforme en los ríos. Mantener este tipo de procesos ecológicos
parece esencial para la gestión ambiental del territorio
y es la clave de la conservación de la naturaleza.
Los procesos ecológicos son numerosos y
sus protagonistas son tanto físicos como biológicos.
Algunos de estos procesos originan disposiciones de los materiales
geológicos y formas del relieve que ofrecen paisajes valiosos.
Montañas, valles, costas, etc., pueden configurarse creando
una atmósfera emocional que invita al ser humano a admirarlos,
respetarlos y tratar de conservarlos. Otras manifestaciones naturales,
de base biológica, como la diversificación genética,
generan especies singulares que la sociedad humana considera particularmente
dignas de protección, entendiendo que son emblemáticas,
dada su belleza, tamaño, rareza, etc., y otorgándoles
calificativos toscamente formalizados, como especies 'ingenieras',
'claves', etc., no debiéndose olvidar que la base de la
conservación de la naturaleza son los procesos y que las
especies son testimonios de ellos.
Este es el panorama donde se quiere conservar
la naturaleza, explotar sus recursos de forma sensata y administrar
ambientalmente el territorio. Para mantener la funcionalidad de
las tramas ecológicas espaciales deben definirse unos límites
'aceptables' y la ciencia no puede establecer esos límites
por el momento, pero sí puede generar modelos o funciones
matemáticas que permitan vislumbrar umbrales para un conjunto
selecto de factores que avisen de la cercanía de situaciones
irreversibles no deseadas.
PROBLEMAS DE FORMALIZACIÓN Y APLICACIÓN DE CONCEPTOS
La conservación de la naturaleza
requiere importantes formalizaciones para muchas de las cuales
los naturalistas aún no han unificado sus criterios.
Por ejemplo, así como las ciencias médicas tienen
aceptablemente claro el concepto de 'salud', la ciencia ecológica
tropieza con gran dificultad para ello. Se utiliza, no obstante,
el término 'salud del ecosistema' (Costanza 1992) y otros
términos recientes, y se enfatiza el valor intrínseco
de los recursos naturales dentro y fuera del mercado económico
(Costanza et al. 1997, De Graaf et al. 1996), pero quizá
se camina todavía más de forma voluntarista que
de la manera fría y objetiva que debe perseguir la ciencia
para que su aplicación tenga solidez.
La gestión de un territorio con la conservación
in mente pretende administrar el espacio y los recursos naturales
que contiene manteniendo su 'salud'. Así, cualquier política
que asignase funciones genéricas a ese territorio, previendo
determinados usos debería basarse en la salvaguarda de
su salud. Sobre esta base, se perfilarían, promoverían
o prohibirían ciertos usos. Se trata de algo parecido
a los objetivos perseguidos por un entrenador deportivo con
su alumno -perfeccionar su habilidad física sobre la
base de la salud de éste-. Esto exige una formalización
convincente en el caso de los sistemas ecológicos. Costanza
(1992) entiende la salud del ecosistema como su capacidad para
soportar a lo largo del tiempo un estrés generado desde
el exterior. Esa capacidad se reflejaría en la estructura
y función del sistema. La definición, poco precisa,
tiene sin embargo interesantes precedentes en las ideas de estabilidad
ecológica (Leigh 1965, Lewontin 1969, Margalef 1969,
May 1973, Jacobs 1975 y Orians 1975). Es obvio que debe precisarse
la intensidad de esa influencia externa midiéndola, así
como su severidad de acuerdo con el cambio que generaría
en la estructura y función que pretende mantenerse. Causa
y efecto pueden medirse experimentalmente aquilatando parámetros
adecuados o bien llevándose a cabo estimaciones razonables
(Montalvo et al. 1993).
Se precisa información sobre los parámetros que
permitirían definir la estructura del sistema (biomasa,
diversidad, etc.) y su función (flujos energéticos
y minerales, dinámica sucesional), así como de
los umbrales de variación que permitirían hablar
de 'salud' (y, consecuentemente, de 'enfermedad' del ecosistema).
Esto no es fácil en la práctica (Harte & Levy
1975, Jacobs 1975) y menos aún tomar otras decisiones
que difieran mucho de aplicar sencillamente el sentido común.
No es gratuito traer a colación consideraciones sobre
el amor a la naturaleza (Medows 1996), la conciencia ambiental
del daño (Terradas 1979) o la importancia del mimo que
debe ponerse en el uso de los recursos naturales (Bernáldez
1985,1991).
A pesar de la importancia de todas estas consideraciones apenas
se ha tratado todavía su incorporación sistemática
y tabulada a planes y, sobre todo, a proyectos de desarrollo.
SECTORIZACIÓN
DEL ESPACIO
La gestión de los espacios naturales protegidos se lleva
a cabo en base a la separación de estos lugares del resto
del territorio por una frontera, a cada lado de la cual leyes
y normativas tienen una aplicación condicionada por una
política de usos prioritarios asignados a cada parte
del territorio.
La idea de 'frontera' está
muy arraigada en la ciencia. Ayuda a separar las propiedades físicas
y químicas a uno y otro lado de una superficie. La impermeabilidad
de una frontera dificulta el entendimiento de ciertos sistemas
complejos, de manera que sobre la idea de frontera se ha trabajado
también para explicar determinados tipos de flujos e incluso
para formalizar fenómenos de organización a lo largo
de gradientes (así, la idea del 'diablo de Maxwel'). Ecólogos
y biogeógrafos, que entienden realmente el territorio como
un tejido vivo, han dedicado atención a las fronteras (ecotonos,
ecoclinas, picnoclinas), resaltando sobre todo el interés
de la asimetría y la importancia de las transferencias
a través de éstas (Van der Maarel & Westhoff
1964, Margelef 1975,1981,1991, De Pablo et al. 1982, Pineda et
al. 1987, Casado et al. 1989, Gómez Sal et al. 1992).
La 'fragmentación'
del paisaje también ha recibido mucha atención por
biólogos conservacionistas. Con frecuencia, ésta
se ha considerado una amenaza importante para la 'integridad'
del funcionamiento del paisaje. Sin embargo, se ha desarrollado
poco aún el análisis de esta amenaza (ver Fairman
et al. 1998) ni cómo se formaliza la integridad que se
ve comprometida.
La fragmentación suele
referirse a la generación de porciones de comunidades biológicas
de fisionomía dada que antes abarcaban superficies mayores.
Las interesantes ideas de insularidad de Mac Arthur y Wilson (1967)
apenas han sido incorporadas a esta idea o han sido consideradas
como anticuadas a pesar de su gran alcance. Básicamente
la fragmentación incorpora la idea de impedimento a la
permeabilidad de frontera entre fragmento y entorno y de dificultad
de flujos. En relación con la integridad, lo que la fragmentación
genera en el paisaje es en realidad otro tipo de funcionamiento
que, dependiendo de qué aspecto o fenómeno ecológico
sea considerado, puede afectar a la normalidad del funcionamiento
del ecosistema. Llevar estas ideas al plano de la conservación
requiere precisar qué funcionamiento es el que se desea
preservar y su trascendencia.
CONSERVACIÓN
DE LA CONECTIVIDAD
Las consideraciones anteriores invitan a desarrollar la idea
de tejido territorial. De acuerdo con ello, es oportuno hacer
las siguientes consideraciones (Díaz Pineda et al. 2002):
La conservación
de la naturaleza se basa mucho en la delimitación de
espacios protegidos, pero ciertos procesos ecológicos
dependen de dinámicas horizontales que conectan unas
porciones del espacio con otras (Bennet 1991,1994, Casado
et al. 1985, Díaz Pineda 1997,2001, Gómez Sal
et al.1992).
La importancia de estos
procesos trasciende a los objetivos de conservación
en esos espacios y afecta a la funcionalidad de todo el territorio.
Esas dinámicas
están aún poco formalizadas y cuantificadas,
sobre todo a escalas regionales.
Las grandes infraestructuras
humanas vienen condicionando notablemente la evolución
socioeconómica y ésta condiciona directamente
la estructura de muchos tipos de paisajes.
La interferencia dinámicas
horizontales-infraestructuras-cambios socioeconómicos
debe evaluarse en términos ambientales, integrando
perspectivas ecológicas, sociológicas y económicas
(De Juana et al. 1999, Díaz Pineda 2001, Hernández
& Pineda 1998).
La red de carreteras
2000-2025 de todo el territorio español tiene una gran
relevancia en este contexto (SEIT 1999).
Se admite que la actividad agraria tradicional ha creado una
estructura rural secularmente integrada en las tramas naturales.
Esto no parece así en el caso de las modernas infraestructuras
viarias, que se muestran ajenas a los paisajes naturales y culturales.
Es patente que, en la forma en que vienen proyectándose,
causan serias disrupciones en el funcionamiento ecológico,
lo que resulta además antieconómico.
En España pueden diferenciarse
'nodos' en la trama ecológica espacial constituidos por
localidades o comarcas con relativo buen estado de conservación
y una 'matriz' territorial agrícola, urbana e industrial.
Los nodos contienen bosques, montañas, humedales, ambientes
esteparios, etc. El país cuenta con diferentes figuras
de protección para numerosos espacios de este tipo y el
territorio mantiene un importante conjunto de zonas consideradas
'reservas de biodiversidad'. No obstante, no se trata sólo
de que los trazados de las carreteras deban rodear estos sitios
porque contengan esos valores. Las infraestructuras deben evitar
generar disfunciones serias en el tejido territorial.
En principio puede aceptarse
que en la trama ecológica territorial destacan 'corredores'
fácilmente visibles -sistemas fluviales, ciertas estructuras
lineales, cuerdas montañosas-, pero además de estos
pasillos importan otros procesos de apreciación más
difícil y no traducibles a corredores, como la circulación
hidrológica subsuperficial y subterránea, el transporte
de nutrientes en laderas, la dinámica biológica
ligada a migraciones y trasiegos o el funcionamiento rural de
base tradicional. Todas estas interconexiones pueden estar relativamente
bien conservadas en algunos casos, pero en general se desconoce
su estado, la importancia real de su funcionalidad y su trascendencia.
Cuando los nodos son espacios
protegidos, su conservación está ligada en la práctica
a su utilidad educativa, recreativa, turística y de investigación
científica, lo que justifica la protección oficial
con que cuentan. Sin embargo, las actividades de desarrollo afectan
a la conservación de sus interconexiones, aunque la localización
espacial de estas actividades mantengan notables distancias cartesianas
con estos nodos (recuérdese el caso Guadiamar-Doñana,
que representa un ejemplo entre muchos, aunque famoso por la popularidad
del sitio). Es necesario fundamentar mejor las directrices para
la conservación en los espacios protegidos frente otros
usos del territorio( ).
Sin duda urge definir y caracterizar
los 'puntos de tensión' entre red ecológica y red
viaria. Tipificar primero y cuantificar después la conexión
ecológica requiere seleccionar parámetros ecológicos
y medir su importancia en condiciones naturales y en relación
con la red viaria. Se necesita investigar metodológicamente
el tema a escalas regionales y locales, pasando de estudios experimentales
o pilotos a la realidad de la gestión territorial (ver,
por ejemplo, Bernáldez et al.1987, Montes et al. 1998).
El sistema constituido por
la actual red de transporte y la trama ecológica puede
descubrir 'zonas sensibles', donde la ruptura de funcionalidad
sería más evidente. Esta ruptura se puede resolver
de distintas formas según la funcionalidad afecte a la
trama artificial (por ejemplo, construyéndose un puente
en un cruce de carreteras) o a la natural (facilitando la permeabilidad
de la carretera). El mantenimiento de las redes naturales es importante
para la propia economía humana. La proyectada ampliación
de la red de transporte ibérica invita a analizar sistemáticamente
estas circunstancias.
Algunos procesos vectoriales,
como los ligados al flujo del agua, dinámicas de ladera
y migraciones faunísticas son evidentes, pudiéndose
formalizar y cuantificar de forma quizá relativamente fácil,
con expresiones cartográficas y cuadros sinópticos.
Pero existen otros tipos de conexiones de importancia desconocida
tanto a escala local como regional. Es necesario revisar criterios
de base conceptual y aplicada y establecer redes teóricas
y de funcionalidad real. Estos criterios serían, entre
otros, los siguientes:
de carácter geomorfológico
(tipología de pendientes y cuencas),
de tipo edáfico
(humificación, capacidad de humectación del
suelo),
de tipo biogeoquímico
(dinámica de nutrientes en ladera),
de carácter mesoclimático
(vientos dominantes, fenómenos föhn),
de tipo biológico
(diferentes tipos de migraciones y ritmos),
de carácter rural (manejos agrarios,
vías pecuarias).
La tipificación debe
detectar las citadas zonas sensibles, que requerirá un
análisis descriptivo de las infraestructuras actuales y
proyectadas (vías, embalses, puertos) y la probable envergadura
de su incidencia en las redes naturales. La dinámica hidrológica
superficial suele ser considerada en casos de intercepción
de trazados con cauces fluviales, torrenteras y cárcavas
y ramblas evidentes (construcción de pasos de agua a través
de terraplenes, etc.), pero merecen análisis detallados
todas las situaciones en que los flujos de agua se encuentran
interceptados. Así, los sitios de conexión de amplias
laderas -que actúan como cuencas de recepción- con
zonas planas húmedas mas o menos permeables, que pueden
quedar privadas de suministro laminar de agua o de su dinámica
hiporreica. Estas zonas planas pueden ser humedales poco evidentes,
(criptohumedales, Bernáldez 1987,1989,1992a,b, Bernáldez
et al. 1987, Montes et al. 1998)-. Se llama la atención
sobre la circulación subterránea (recargas y descargas
de acuíferos). Desde el punto de vista hidrológico
e hidrogeológico, la mejor carretera sería la que
'no tocara el suelo', por elevarse en su trazado teórico
sobre pilotes y pontones.
El interés de incorporar
consideraciones ambientales a la planificación del trazado
de infraestructuras, los proyectos de obra, explotación
y mantenimiento es evidente. Las infraestructuras pueden ser realmente
integradas en el territorio como lo fueron los usos tradicionales,
minimizando sustancialmente los costes ambientales, pudiéndose
aprovechar su trazado para mejorar el mantenimiento de muchos
de sistemas rurales valiosos.
En los organismos gestores de las cuencas hidrográficas
españolas existe en la actualidad poca información
de este tipo. Su producción, validación y disponibilidad
son, sin embargo, muy necesarias. Se trata de que la ampliación
de la actual red viaria española no afecte, o afecte
poco, a los factores y procesos mencionados. Esta ampliación
debe considerar estos aspectos en pasillos de trazado teórico
lo suficientemente anchos como para evaluar el problema y establecer
alternativas que minimicen su interferencia -las habituales
alternativas lineales realmente no valen de mucho-.
CORREDORES
Y PROCESOS HORIZONTALES
En ecología del paisaje suele recurrirse a la idea de
escala y diferenciar conjuntos de procesos comprendidos dentro
de otros de mayor rango, pero en realidad no existe separación
jerárquica alguna entre ellos, pues los fenómenos
físicos actúan vertical, horizontal y sincrónicamente
(Polynov 1956, Bernáldez 1981). Con este inconveniente
por salvar, el aumento progresivo de escala en la percepción
territorial, permitiría encontrar el detalle a que los
componentes territoriales y sus tramas de conexiones naturales
debe condicionar el trazado de una red viaria. Por ejemplo,
aspectos tales como la distribución de sustratos inestables
o expansivos, condicionan el trazado de pasillos suficientemente
anchos como para permitir, a escalas más detalladas,
argumentar alternativas posibles de trazado de carreteras. Esta
apreciación no sólo es aplicable a cuestiones
geotécnicas o topográficas, sino a todos los factores
ambientales que dominen en los diferentes sitios. Pueden ser
contempladas:
Conexiones internacionales
(Europea, Europea-Africana, prestando atención, por
ejemplo, a las migraciones animales).
Conexiones regionales
(por ejemplo, dinámica Ebro-Delta, Guadalquivir-Doñana,
Sierra de Altomira-Mancha húmeda, trashumancia).
Conexiones comarcales
(por ejemplo, Sierra de Huelva y Sevilla-Guadiamar-Doñana,
Sierra de Guadarrama-Parque Regional del río Manzanares-El
Pardo).
La funcionalidad de las conexiones es bien apreciable, por ejemplo,
en ciertos componentes de la fauna cuyas áreas de reproducción
y alimentación pueden estar en determinados lugares pero
sus necesidades de dispersión y colonización dependen
de la existencia de corredores entre aquéllos. Las posibilidades,
y la probable importancia, de estas conexiones vienen dadas por
la superficie de las zonas consideradas como nodos, la distancia
entre nodos equivalentes -para según qué procesos
(por ejemplo, las conexiones animales son diferentes de las derivadas
de los flujos hídricos)- y la naturaleza del ambiente o
matriz que rodea a nodos y corredores -por ejemplo, un ambiente
hostil dificulta la interacción (Bennet 1991)-.
Las conexiones basadas en
corredores tienen sobre todo un soporte sólido (el terreno),
pudiendo identificarse como superficies más o menos contínuas,
de forma alargada, como los bosques de galería, pero también
como zonas discontínuas relativamente alejadas entre sí,
como ocurre con los terrenos de infiltración y recarga
de las aguas subterráneas y con los sitios donde descargan
esas aguas (humedales de distintos tipos) -estos casos no tienen
que responder a una estructura de pasillo continuo, al menos en
la superficie del territorio-.
De acuerdo con estas observaciones,
los corredores que pueden ser considerados corresponden a los
tipos siguientes (Díaz Pineda et al. 2002):
Red hidrográfica.
Sistemas riparios formados por bosques y otras formaciones
propias de sotos más o menos desarrollados.
Comarcas con patente
implantación de sistemas agrarios de base tradicional,
con reticulados a base de setos y ribazos. La trama rural
de cada comarca guarda relación con la estructura socioeconómica
de sus municipios: aquélla se refleja de alguna forma
en esta estructura y viceversa (Schmitz et al. 2001), por
tanto, la caracterización de las conexiones deben incorporar
parámetros de este tipo.
Sistemas de ladera peculiares,
que mantienen sistemas montaraces y agrarios integrados.
Cerros, montañas
y cuerdas o divisorias de las principales cadenas montañosas.
Red de cañadas,
cordeles y veredas.
Sistemas discontinuos
de recarga y descarga de aguas subterráneas, sobre
todo en las cuencas sedimentarias de los grandes ríos.
Humedales hiporreicos.
Determinadas extensiones
de monte mediterráneo o de otros tipos que conservan
ciertas especies amblemáticas (oso, lobo, lince) que
precisan conexiones a lo largo de territorios extensos.
Sistemas dunares.
Deltas y sistemas de marismas de distintos
tipos.
RELACIONES
ESPACIALES, ESCALA Y COMPROMISO POLÍTICO
La fragmentación de los hábitats silvestres y
su degradación representan el continuo declive de lugares
considerados como 'reservorios de biodiversidad'. Estos sitios
son, hasta cierto punto, una garantía de permanencia
de la 'naturaleza' y de las posibilidades de su mantenimiento
y recuperación. La interconexión de estos ambientes
es una tarea de interés nacional, que compromete a las
Administraciones autonómicas y estatal.
Las políticas de conservación
basadas en la consideración de especies biológicas
o porciones del territorio aislados es inadecuada a largo plazo.
Los patrones de dispersión y migración deben ser
salvaguardados reconociéndose sus conexiones territoriales.
Este constituye el principal reto de la integración entre
las infraestructuras de desarrollo y el tejido territorial. Las
medidas autonómicas son insuficientes en los casos en que
la escala de las conexiones abarca territorios extensos. Por ejemplo,
la protección del lince ibérico requiere conectar
extensos corredores de monte mediterráneo que van desde
el centro al sur de la península; esta especie tiene por
sí misma un alto valor emblemático, pero desde el
punto de vista ecológico representa, sobre todo un indicador
del grado de conservación y conexión entre extensos
espacios de monte. En otros casos, los hábitats mantienen
mecanismos propios de autorregulación y su mantenimiento
depende precisamente de su aislamiento, de manera que la conexión
constituye un inconveniente.
Al comentarse la importancia
de los factores geomorfológicos e hídricos se han
referido algunos procesos cuyo mantenimiento depende de la salvaguarda
de la dinámica biogeoquímica. Esta dinámica
opera a través de diferentes hábitats. La red hidrográfica
representa una síntesis de la conexión entre sucesivos
procesos vectoriales, en los que los fenómenos de exportación,
tránsito y acumulación de agua, nutrientes y materia
orgánica representan las vías de conexión
a lo largo de las laderas. Las características de los estuarios
y la formación de deltas y zonas de marismas costeras constituyen
una síntesis geográfica de esta dinámica.
A lo largo de los gradientes regionales de las cuencas se repiten
estos procesos a diferentes escalas de detalle. Los reticulados
rurales, a base de mantener setos y ribazos en el seno del terreno
cultivado o pastoreado, ralentizan estos procesos sin impedir
la conexión gravitacional que los genera. A lo largo de
los ríos, los bosques de galería, en los sitios
donde se mantienen, contribuyen a este entramado y pueden actuar
también como corredores (Sterling 1996).
Algunos nodos de la red de
infraestructuras naturales son espacios con ecosistemas fundamentalmente
maduros -de baja tasa de renovación (con tendencia a acumular
biomasa, madera, leña y humus en el suelo y esencialmente
montaraces-, pero en otros casos, la importancia de los nodos
puede derivar de su funcionamiento como 'fuentes' en el trasiego
de componentes naturales, conectados con otros espacios, generalmente
productivos (como los terrenos agrícolas y pastos de media
y baja ladera), que actúan como 'sumideros'. Las conexiones
vectoriales entre la montaña y los piedemontes, o las lomas
y los valles, constituyen ejemplos de este tipo. La fertilidad
de los últimos viene determinada por la funcionalidad de
los sistemas montañas-rampas o laderas-vaguadas (flujos
de agua y nutrientes, movimientos de la fauna y el ganado, etc.).
La interrelación monte-pasto y monte-cultivo se basa en
casi toda la geografía mediterránea en el mantenimiento
del primero en las lomas, cerros o partes altas de las laderas,
y los segundos en las zonas medias y bajas. El uso de fertilizantes
químicos, tan extendido, exagerado y ligado a una economía
agraria ficticia, no resulta suficiente a largo plazo para el
mantenimiento de estos sistemas, de manera que la rotura de estas
conexiones no puede desestimarse.
Otro caso del tipo de conexión
fuente-sumidero lo constituyen las dunas costeras, cuyos aportes
arenosos proceden del mar y las playas, estando representado el
sumidero por las propias dunas. Existen muchos casos de rotura
de esta conexión por el trazado de carreteras.
Estos últimos casos
corresponderían a porciones 'abiertas' de la red, disipadoras
de energía. En otros casos las conexiones a través
de los corredores interesan a sistemas maduros, y estarían
controladas tanto por fenómenos biológicos migratorios
como por procesos físicos. Ambos tipos de conexiones pueden
mantener a lo largo del año actividades 'punta' y actividades
de 'sosiego' o reposo, según las condiciones climáticas
estacionales, fenología, migración faunística,
etc.
Los cerros, cumbres y cuerdas
montañosas constituyen también corredores para migraciones
biológicas y nodos 'fuentes' para procesos como los comentados.
Su conservación pocas veces puede verse afectada por el
trazado de redes viarias, pero sí su funcionalidad como
fuentes.
En España, la
red de cañadas reales, cordeles y veredas mantiene aún
su estructura esencial. Su existencia facilita el mantenimiento
de la trama rural y mantiene excelentes corredores. Con frecuencia,
la red de carreteras la ha alterado, destruido o utilizado, sin
que la ingeniería haya buscado alternativa. Mas frecuente
ha sido su impune alteración por los propios Ayuntamientos
con fines mal justificados. Su conservación y rehabilitación
en los tramos destruidos parece imperiosa y debe constituir en
sí misma un objetivo de la red 2000-2025. Cruzar la red
de infraestructuras previstas con la red ecológica natural
teniendo en consideración todas estas circunstancias puede
suponer pues la completa descomposición de la segunda o
su mantenimiento, si la funcionalidad de los distintos
tipos de nodos, sumideros y flujos mantiene su eficacia.
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